¡No sin mi coach!

Te miras en el espejo del retrovisor del coche, mientras esperas que el semáforo se ponga ámbar. Te pellizcas un poco para devolver algo de tono a tus mejillas y, te masajeas con fuerza entre tus cejas, intentando con ese gesto borrar la incipiente jaqueca que te acompaña cada tarde y de paso el surco que se ha formado, convirtiendo tu habitual gesto amable y sereno en una mueca de permanente enfado.

Llegas tarde a tu clase de Pilates. ¡Luz Naranja! Aceleras y continúas serpenteando por entre los coches.
En el siguiente disco, respiras profundamente, el ardor de estómago te está matando. Te arrepientes de haber devorado esa hamburguesa con patatas fritas, antes de hacer la compra semanal en la media hora de descanso destinada a la comida.

Rebuscas en tu bolso gigantesco las pastillas que te recomendó el farmacéutico y descubres con estupor, las puntas de Marta. ¿Qué hacen ahí? Si tenían que estar puestas en sus pies desde hace media hora, mientras hace piruetas, miras tú móvil y ves tres llamadas pedidas de la profesora.

De pronto sientes un peso demoledor casi insoportable sobre los hombros. Y te imaginas que sentado en el asiento derecho está tu jefe y ese cliente sueco que te tira los tejos, sosteniendo el plan de negocio inacabado, que sobre la nuca, se encuentran apiladas; la factura de luz, la del gas, la del leasing del coche, la hipoteca, la universidad de Pablo… Y sobre el hombro izquierdo, como pesas de plomo colocadas en fila; esa conversación pendiente con tu hijo adolescente, la falta de comunicación de tu matrimonio, el menú de la cena de navidad, la reunión del colegio y de la comunidad de propietarios para cambiar las tuberías y las zapatillas de ballet…

Enganchada de tu espalda, apenas agarrada por unos hilos finos, cuelga una mochila llena de frustración, de penas sin llorar, de sueños sin cumplir, de algún que otro trauma infantil y, de bastante miedo. ¿No te parece demasiado peso para un solo cuerpo?
Cuando la luz del semáforo cambia a verde, discretamente sales del atasco, estacionas el coche y, tras cancelar la clase de Pilates, y quitarte la capa de Superwoman, te pones a llorar en el arcén. 

El torrente de lágrimas da paso a una falsa calma, una especie de tregua emocional. 

Una figura masculina se va acercando sonriente y se agacha a la altura de la ventana del copiloto, te resulta familiar, pero no lo reconoces, su gesto cordial y sus maneras afables, hacen que aunque no sepas con exactitud de quien se trata salgas del coche. ¿Felipe? Casi no lo reconoces, Es el mismo pero todo en él es distinto; su postura erguida, su manera de caminar suave, su mirada templada y su voz cálida y pausada.
Os fundís en un abrazo y tras una conversación escueta pero muy reveladora, sobre su proceso de cambio, te cuenta el acierto que supuso ponerse a trabajar con un coach.


Tras un intercambio de teléfonos, os despedís con la promesa de un futuro encuentro. Recuerdas la última vez que le viste. Su matrimonio pendía de un hilo, acababa de vender la casa de sus sueños por no poder hacer frente a los pagos, tenía problemas de tiroides que le alteraban el ánimo e insomnio crónico y caminaba sombrío, cabizbajo, mirando sólo la punta de sus zapatos.
Salió por la puerta de la oficina, con el documento del finiquito y el despido entre sus manos, con la mirada perdida y la espalda encorvada, como si cargara ese peso insufrible sobre sus hombros que conoces tan bien.

A veces, ésta auto exigencia de perfección, nos lleva al límite de nuestras propias fuerzas.
Un organismo sometido a situaciones de estrés, unido a una mala alimentación, falta de ejercicio físico, presión psicológica, insuficientes horas de sueño se enferma y, empieza a reclamar atención.


Antes de que sea demasiado tarde, antes de que el resto de eventos diarios tengan que pasar necesariamente a un segundo plano. Por favor, pon remedio, previene, déjate ayudar. Tomate un tiempo diario e intocable para estar contigo y para ti. Déjate asesorar.

Un Coach dispone del conocimiento, las herramientas y el tiempo necesario para escucharte, para aconsejarte sobre que alimentos debes consumir para corregir ciertas dolencias, recuperar la energía o volver a dormir ocho horas del tirón.

Te puede orientar en la utilización de técnicas para reducir el estrés, o la ansiedad y puede sugerirte métodos para re establecer el equilibrio de tu cuerpo físico y emocional.

Este mecanismo perfecto, este sistema casi infalible, ese pedacito de vida, un cuerpo sano, es, hasta que se demuestre lo contrario, lo que más tenemos que cuidar para poder tener una vida plena, feliz y próspera.

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